Venezuela en no pocas oportunidades ha servido como caso de estudio para los interesados en las ciencias sociales. Sin pretender entrar en la discusión sobre la pertenencia o no de la Historia como ciencia social, asumiremos aquí que se encuentra indisolublemente ligada a las mismas, de forma tal que cobra sentido la afirmación que alguna vez hizo Schumpeter, que aquí parafraseamos, que de todas las dimensiones importantes para la economía, la histórica es acaso la más importante.
Hoy día se desconfía del sector financiero, y muchas veces con razón. Suele pasar que en la mayoría de los países los banqueros se han convertido en un sector protegido, destruyendo la dualidad ganancia-pérdida, tan necesaria para el funcionamiento adecuado del sistema capitalista de libre empresa. Muchas veces, los venezolanos de la intelligentsia consideran que debe protegerse a tirios (banqueros) y troyanos (deudores) para que se garantice un equilibrio entre las partes fomentando la armonía de intereses. Asimismo, la gran mayoría de los intelectuales, consideran que, en pos de un beneficio colectivo, las autoridades estatales han de establecer de forma centralizada las tasas de interés (sean referenciales por lo general); la libertad bancaria de fijar las tasas de interés sobre sus préstamos es nociva ya que tenderá a la usura y perjudicará a los deudores.
Opiniones como estas no solo son propias de nuestra realidad de hoy, donde pululan. Nos llevan a nuestra historia, más concretamente a los principios de Venezuela como república independiente. Por entonces se llevó adelante lo que Manuel Pérez Vila (1992) caracterizó como el gobierno deliberativo, coincidiendo además con la creación de las primeras entidades bancarias del país (con capital inglés, y a veces mixto por participación del gobierno como accionista), recordemos que hasta entonces existían las casas financieras donde los alemanes tenían una presencia importante. Por entonces las tasas de interés y los préstamos se generaban libremente, y, contrario a lo que se piensa, de acuerdo a lo señalado por Pérez Vila quien se basa en los datos de la Hacienda Pública nacional, los intereses no propendieron al alza, sino que se ubicaron en torno al 11 y 12% (llegando incluso al 9%), difícilmente alguien puede concebir estas tasas como usureras, sobre todo cuando hoy tenemos tasas un poco superiores y se habla de tasas muy bajas que solo fomentan aun más el consumo.
Sucede que, incluso, en un marco de relativa estabilidad pues eran frecuentes los alzamientos, el sistema de libertad financiera estaba resultando, y la muy golpeada economía a consecuencia de la guerra se estaba recuperando. Por supuesto, no se trató de una recuperación milagrosa y acelerada, sino que estaba basada en un esquema de crecimiento moderado y recuperación de capitales derruidos por la guerra. Y a pesar de todo, el sistema funcionó muy bien, se replantaron haciendas, se reiniciaron actividades abandonadas, el sector ganadero repobló sus fincas, y la artesanía encontró nuevos consumidores. Sin embargo, dadas las peculiaridades del comercio exportador nacional, nos encontramos ante el problema de exportar productos de consumo suntuario (café y cacao), reemplazables (añil y cueros) y con dificultades para incrementar la producción y encontrar nuevos mercados (carnes, que por razones técnicas no podía llegar más allá de las islas del Caribe). A fin de cuentas, Venezuela no era «indispensable», y no se producían avances tecnológicos en estas tierras, el sistema requería más estabilidad, y por supuesto, tiempo.
Cuando se hizo complicado para los artesanos competir con los productos que llegaban de Inglaterra y otros países más avanzados en el proceso de desarrollo capitalista, se iniciaron las peticiones por parte de los grupos de interés afectados. Agricultores y artesanos empezaron a demandar mayores protecciones así como también políticas crediticias preferenciales, y de esta forma sectores que anteriormente se habían enfrentado o por lo menos tolerado como enemigos potenciales, se coaligaron para demandarle al Estado y su administración las protecciones que requerían para «sobrevivir y prosperar». Hasta finales de los años 30, Venezuela había seguido una política muy cercana a principios «manchesterianos» que tanto le había funcionado a Inglaterra, por supuesto aun se tenía que avanzar en muchos frentes, pero la apertura en todos los sentidos rendía sus frutos, la prensa era permitida, se eliminaron los monopolios de los que gozaba el gobierno, y se procedió hacia la separación de la iglesia y el Estado (permitiéndose además la entrada a nuevas iglesias como la anglicana, e incluso religiones como la judía).
Pero en lo económico también se reportaron logros, la producción no solo creció, sino que la población también la acompañó en crecimiento. Venezuela fue muestra, mientras duraron los 17 años del gobierno deliberativo bajo la égida de Páez (quien merece ser rescatado ante la opinión pública), de que el proyecto de amplias libertades en el terreno económico produce bienestar colectivo. Evidentemente, Venezuela no poseía las características necesarias para alcanzar el ritmo de crecimiento inglés, mucho menos el norteamericano. Pero durante esos 17 años el país recobró una paz relativa e inició el avance, retrasado por la crisis política de 1846-1847, y con especial énfasis con el ascenso de los Monagas al poder, quienes, en conjunto con los partidarios del «liberalismo» venezolano (Guzmán y compañía) no dudaron en valerse de las malas prácticas del paecismo, y agregarles varias propias.
El fracaso del modelo, agotado por sus fallas políticas que le impidieron generar mecanismos eficaces de resolución de conflictos, se debió en gran parte por inmadurez política de «liberales» y «conservadores», quienes fueron incapaces de generar acuerdos para compartir el poder y alternarse en el mando dentro de un sistema electoral semejante al que se desarrolló en otros países. Así, el monaguismo se encumbrará sobre los conflictos generados tras la amenaza de victoria de Antonio Leocadio Guzmán, y la llegada del primer Monagas al poder como candidato conservador con simpatías dentro del liberalismo. Como es sabido, Monagas solo perseguirá aumentar su poder y el de su familia, a costa del resto de los grupos sociales postergando la resolución de los conflictos latentes entre los grupos de interés y las clases discriminadas en el ejercicio del poder y el usufructo de los privilegios conduciendo finalmente al hecho sangriento de la Guerra Federal.